Cuando llegué a casa mamá me esperaba para ir al médico, el clic empezó cuando elegía qué ponerme y terminó de sonar cuando terminé de ver unas avergonzantes fotos escrachantes en facebook.
Cuando fui a ver qué me ponía no tenía mucho tiempo, tenía solo cinco minutos para elegir y cambiarme. Revolviéndo en el cajón todo revuelto apareció esa hermosa remera azul, tan femenina, que me la compré porque le vi mi nombre en ella. Me la puse y fui al espejo. Me vi, estaba distinta. Llevé una mano a la gomita que ataba mi pelo, unas cadenas que últimamente me tienen esclava de la masculinidad, y tiré de ella, viendo como mi pelo caía como una cortina de seda con bucles que había olvidado lo brillantes que eran. Me miré al espejo y sonreí, ME sonreí. Tomé el delineador y el rimmel, de los que tanto había renegado, y remarqué con cuidado mis ojos, recordando su verde iris, llenos de un brillo especial que sólo tienen cuando me siento feliz. Mi reflejo volvía a serle fiel a mi interior, veía otra vez a la jovencita dulce que tiene un dejo de salvajismo escondido, una fiera jugando con un estambre, el color rojo en una flor de primavera.
Cuando volví del médico estaba llena de una energía inexplicable, me sentía independiente, me sentía radiante, me sentía mujer. Después de limpiar el comedor y bailar por toda la casa para gastar energía me senté en la computadora y vi un oportuno album de fotos que me dejaba muy mal parada. Cuando ví eso me dio vergüenza y me prometí mostrarle al mundo mi verdadero brillo otra vez.
Después de todo, vuelvo a tomar el compromiso de ser mujer... Y me la banco
Saluda atenta y femeninamente,•La chica de la Boina•