Estaba sola, en esa habitación oscura, fría y llena de humo de cigarro en la que todos nos reuníamos de vez en cuando. Ya nadie iba allí desde hacía meses, estaba completamente deshabitada y sucia. Las paredes estaban descascaradas y la única ventana, cerrada y cubierta de telarañas y polvo. La única luz que alumbraba mi patética silueta era una lámpara que colgaba de un largo cable, justo medio metro por encima de mi cabeza, que parpadeaba de vez en cuando.
Estaba sentada a la pequeña mesa cuadrada de madera que alguna vez estuvo llena de naipes y fichas para apostar. Había olor a pólvora flotando en el ambiente. Jugaba a la ruleta rusa para aplacar mi ansiedad y mi dolor. Mis cuerpo pesaba, mis ojos estaban cansados, mi maquillaje estaba corrido, dando una deprimente imagen de desesperanza.
Tenía el arma frente a mí, SU arma. La miré con una leve nostalgia y la tomé entre mis manos. La observé. Acaricié delicadamente el cañón con mi dedo, mientras un brillo de histeria atravesaba mi mirada. Giré el tambor y llevé el arma a mi cabeza, con la boca sobre mi sien. Disparé -TAC!- nada. Miré el arma con indiferencia. Cambié de objetivo, esta vez puse el arma sobre mis labios con serenidad. Disparé otra vez -TAC!- nada. Ahogué un suspiro. Con lentitud, deslicé el arma hasta mi pecho, a la altura de mi corazón. Disparé... Y ya no sentí nada.
Saluda atentamente,
•La chica de la Boina•