martes, 2 de febrero de 2010

Estoy quemándome en medio del océano

Es increíble cómo un montón de simbolitos pueden cargar tanto peso como lo hacen cada vez que vuelco en esta página en blanco todo aquello que me ahoga en mi cabeza.

Intento no mirar hacia arriba, siento el techo sobre mí. Intento no voltear hacia las paredes, estoy atrapada en un cuarto sin ventanas. No encuentro la puerta ni la llave que pudiera abrirla.
Estoy atrapada dentro de mí, dentro de una máscara de porcelana, en una mala imitación de lo que un día llegué a ser. Estoy intentando gritar pero no tengo aire en mis pulmones. Intento pedir ayuda, pero mi carcelero tapa mi boca con una mano fuerte, que detiene las palabras entre sus dedos y las suelta como un gruñido que aleja a quienes me rodean. Caigo de rodillas pidiendo clemencia y es entonces cuando me doy cuenta de que estoy mirando a un espejo, que mi carcelero está dentro de mí.
La respuesta debe estar dentro de mí. La busco por cada rincón, revolviendo entre recuerdos, sentimientos, opiniones, dejando todo hecho un desastre dentro de mí, sin saber dónde es arriba y dónde es abajo. Y termino abrazada a mi misma, hecha un ovillo en el suelo, sintiendo que mi interior se desgarra, que se quema... Se quema aunque yo me sienta perdida en el océano, sin saber qué hacer o a dónde ir. Las llamas me consumen mientras las olas me esconden de los ojos humanos.
Y aunque intente pedir ayuda, aunque quiera estirar mis brazos pidiendo un cálido abrazo, ese fuego, ese mr. Hyde, lo transforma en un rugido acompañado de filosos colmillos que me aislan y me encierran otra vez en la prisión llena de ideas retorcidas, en la jaula que es mi mente.
¿De quién será la culpa de que tenga el poder para destruirme?